Termino de leer un ensayo muy cortito que ha caído en mis manos por casualidad y apunto en mi cuaderno de notas una reflexión que me hace sacar una sonrisa de complicidad con el autor. Medita en el texto sobre la aceptación del fracaso, sobre la conveniencia de vencer la frustración que le genera no llegar a conseguir un retrato literario tan hermoso como la realidad que intenta describir. Comenta que ninguna descripción de la Luna será tan hermosa como la propia Luna y define la literatura como la búsqueda de algo inalcanzable. Estoy de acuerdo en que cualquier intento por alcanzar un relato perfecto, por conseguir una descripción ideal de los lugares que queremos retratar o de las sensaciones que pretendemos trasmitir acabaría en fracaso, porque nunca alcanzaríamos la perfección, y si lo intentáramos una y otra vez, la frustración sería cada vez mayor y acabaríamos agotados. La solución, aceptar que buscamos algo imposible, que lo que escribimos es solo una aproximación a una experiencia que hemos vivido en primera persona y que ese empeño de conseguir la perfección es inalcanzable.
Yo no soy escritor, pero creo que la reflexión es extrapolable a cualquier otra disciplina artística. Ninguna fotografía que pueda realizar conseguirá recrear totalmente la experiencia de haber estado allí, nunca llegaré con mis imágenes a la altura de la belleza de los lugares que visito. Y si no lo entiendo, si no acepto ese hecho, la sensación de frustración me haría perder el interés en lo que hago. Deberíamos tomarnos ese supuesto fracaso como algo maravilloso, esa búsqueda de lo imposible como la aceptación de nuestras limitaciones, del hecho de que hacemos algo para disfrutarlo y no para generarnos inseguridad o desdicha. Cuando salgo a dar un paseo en estas fechas, sé que es imposible atrapar con la cámara la sensación que me provoca el invierno y que nunca se darán las condiciones para que eso suceda. Si me encuentro un árbol, sé que no encontraré la manera de capturar la belleza del árbol, solo conseguiré aproximarme. Y una vez aceptado, ya puedo relajarme y disfrutar el paseo, que la sangre circule por mis piernas, respirar aire puro y pensar que lo que estoy viviendo en ese momento, independientemente de mis expectativas previas, es lo mejor que podía estar haciendo.