Seguro que os ha ocurrido alguna vez al mirar un lienzo de algún pintor hiperrealista, que si no te acercas lo suficiente como para distinguir las pinceladas y la textura del lienzo, no estás seguro si lo que ves es una fotografía. En ocasiones ya lo sabes de antemano porque el artista es conocido. Recuerdo la retrospectiva de Antonio López en el Thyssen en 2011 y la cantidad de tiempo que uno podía permanecer delante de cualquiera de los cuadros y esculturas escaneando cada detalle, preguntándose cómo se puede conseguir tal dominio de la técnica, esa capacidad para representar de manera tan precisa las luces, los volúmenes, el peso, el desgaste,… hasta el punto de crear la ilusión de estar delante de aquellos objetos, de poder tocarlos o de estar mirando por una ventana.
En 2003 yo no conocía el trabajo de César Galicia, y al ojear el libro Por la cara norte, recién editado entonces por Ediciones Sinsentido, me salió aquel comentario de “qué detalle tienen estas fotos”. Afortunadamente no me escuchó nadie, y una vez caí en la cuenta de que no eran fotografías sino pinturas, dediqué horas y horas a escanear cada detalle, cada brillo, cada sombra,… de aquellas cuidadas composiciones que saltaban de las páginas del libro engañando a la vista y al cerebro, creando una maravillosa sensación de lo que algunos han denominado como “misticismo urbano”, o la capacidad de encontrar belleza en un callejón, en un muro o en un objeto abandonado.
César Galicia abandonó la carrera de Derecho para estudiar Bellas Artes en la Real Academia de San Fernando, en Madrid. Continuó su formación en Estados Unidos, donde sus primeras obras encontraron gran aceptación y donde, además, desarrollo su fascinación por la iconografía americana. Nunca se ha sentido cómodo etiquetando su obra ni se siente parte de un movimiento artístico concreto. Es evidente su condición de pintor figurativo y la calificación recurrente de sus obras como fotorrealistas, pero prefiere describirse como alguien que observa, capta y ofrece parte de esa mirada, que detiene el tiempo para que las composiciones que imagina queden congeladas en el momento exacto en que su mente convirtió los objetos en ideas.
Aunque a lo largo de su trayectoria César Galicia ha experimentado con diferentes técnicas y temáticas, con incursiones en el paisaje urbano, he escogido tres obras de “estudio”, de las que desarrolla encerrado en su taller, en silencio, ajeno al mundo exterior, entre formas, colores y sentimientos. Tres obras de entre las que le hicieron abrirse camino en el mercado del arte de Estados Unidos, hasta el punto de llegar a convertirse en 1994 en uno de los artistas representados por la Forum Gallery de Nueva York. Y quiero terminar comentando un dato curioso, él nunca ha realizado una obra por encargo. Para mí eso es lo que define a un artista puro, el conseguir vivir de tu pasión pintando lo que tú quieres pintar, sin ninguna directriz externa, sin presiones mediáticas, sin la necesidad de contentar a nadie. Muy pocos lo consiguen.