Son muchos los fotógrafos estadounidenses que nos han dado envidia sana con sus espectaculares panorámicas y nos han hecho desear cargar nuestro equipo en la mochila y salir corriendo hacia el aeropuerto para coger un avión rumbo al nuevo mundo, como aquellos antiguos conquistadores ávidos de nuevas emociones. Hoy repaso el libro William Neill, A retrospective que recoge una pequeña muestra del trabajo de este maestro de la fotografía clásica de paisaje.
De entre todos ellos, de entre los que llenan las páginas de los libros que castigan las baldas de las estanterías del salón de mi casa, quizá sea William Neill el que me invitó a no conformarme con fotografiar un paisaje, el que me indujo a dejar de ser un mero espectador de los lugares que visito, a interactuar con ellos, a dejar que la energía que desprenden me atrape. Algunas de sus imágenes nos descubren pequeños detalles que solo encontramos si nos adentramos en el corazón de un lugar, si guardamos silencio, si nos dejamos llevar, si sentimos curiosidad por descubrir cada uno de los elementos que conforman el conjunto que estábamos contemplando desde la distancia.
El otro día me reía a carcajadas mientras hablaba de música con un amigo. Éste me decía que está muy bien eso de que vuelvan los disco de vinilo, que hay mercado para ellos, pero que no es cierto que el sonido tenga más calidad que en un archivo digital, que lo que pasa es que las canciones de antes eran muy buenas, y las de ahora son una castaña. Me vino a la mente la escena de la película The Commitments en la que uno de los chavales que intentan montar un grupo dice sin tapujos “desde que murió Roy Orbison, todo es una mierda”. Es una sensación de cierta nostalgia, pero me ocurre a menudo. Sé que hay fotógrafos maravillosos en la actualidad, pero lo clásico nunca me aburre, siento la necesidad de ojear libros de fotografía de paisaje con imágenes de los años 60, 70, 80 o 90, y no me cansan las imágenes, mis ojos siempre agradecen el repaso, aunque ya las haya visto antes y no me vayan a sorprender.
Cuando me entero de que Van Morrison, Neil Young o cualquier músico de la vieja guardia van a lanzar un nuevo trabajo, sé de antemano que no me van a sorprender, que no van a inventar nada nuevo y que no van a aportar más de lo que ya aportaron en su día. Pero tengo claro que podría escuchar cualquiera de sus canciones clásicas durante años sin cansarme de ellas. Eso es lo que me pasa con fotógrafos clásicos del paisaje como Bruce Barnbaum, Christopher Burkett o William Neil, que ya no van a aportarme nada nuevo, que no van a sorprenderme, pero puedo ojear sus libros año tras año sin acabar bostezando, puedo recrearme las veces que haga falta en sus imágenes y siempre los devolveré a la estantería con un guiño de complicidad.