Dice el diccionario que la nostalgia es una tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida. Si apuntase en un cuaderno todas las ocasiones en que mi mente, empujada por un aroma, por un simple objeto o por una determinada canción, viaja al pasado para rememorar algún momento que significó algo especial en mi vida, me faltarían páginas. Puedo decir que sí, que soy un nostálgico. Afortunadamente la nostalgia no es una enfermedad, no es algo malo, es solo un sentimiento que cualquier persona puede generar en algún momento, y por causas muy diversas.
El otro día sin ir más lejos sufrí un episodio de “nostalgia fotográfica”. No era la primera vez, me ocurre a menudo, no puedo evitar sonreír cuando voy al volante y escucho en la radio el pegadizo estribillo de la canción Kodachrome, que Paul Simon lanzó en 1973, I got a Nikon camera, I love to take a photograph, so mama don’t take my Kodachrome away. Tampoco puedo evitar sentir cierta pena cuando paso por delante de algunos locales comerciales de mi ciudad, hoy convertidos en insulsas franquicias, tiendas de ropa, cafeterías o centros de estética, pero que hace años acogían las librerías especializadas en las que descubrí, dentro de las páginas de los enormes y maravillosos libros que descansaban en sus estanterías, a los maestros que me invitaron a probar suerte en esto de la fotografía, los que estimularon mis deseos de parecerme a ellos, los que me impulsaron a esforzarme para conseguir captar el mundo que me rodea en un trocito de película.
Dicen que la nostalgia es un sentimiento relacionado con la vejez, no sé si debería empezar a preocuparme. En fin, no quiero desviarme del tema, lo que me provocó este último soplo nostálgico fue un comunicado del fotógrafo estadounidense Christopher Burkett. Decía el genial maestro de Oregon que lamenta tener que anunciar una subida de los precios de sus copias y que, aunque todavía dispone de una cantidad importante de cajas de papel, esas cajas son ya las últimas que le quedan de todo lo que pudo comprar allá por 2012 cuando dejó de fabricarse. Comenta que cuando se acaben ya no habrá más, que esos pliegos negros se convertirán en los últimos cibachrome de sus maravillosas imágenes. Dice además que un buen amigo suyo que trabajó para Ilford como químico accedió en 2015 a prepararle un pedido especial de líquidos de revelado, que guarda como un tesoro junto con el papel, todo bien conservado en la nevera de su estudio. Acaba el comunicado con cierta lástima, agradeciendo su apoyo a todos los que admiran su trabajo y alguna vez han comprado alguna de sus copias y sintiéndose afortunado por haber podido mostrar al mundo sus imágenes durante 35 años.
Tras leer el comunicado me lancé a buscar por los cajones de mi casa alguna copia de mis fotos que estuviera positivada en cibachrome, no recordaba si tenía colgada de las paredes alguna imagen con aquel seductor brillo metálico, no estaba seguro si aún conservaba carpetas de cartón con antiguos proyectos que conservaran esa cautivadora profundidad que nos enamoró a más de uno. Una lástima, no encontré gran cosa, supongo que entre regalos, mudanzas y despistes, he ido perdiendo la mayoría de las copias que tenía por ahí guardadas, pero ya es tarde para lamentarse. Lo que sí me da rabia es no tener dinero suficiente para hacerme con una fotografía original de Christopher Burkett, me encantaría colgar un pedazo de “nostalgia fotográfica” en la pared de mi salón, una enorme y maravillosa copia para admirarla cada mañana al levantarme de la cama, para sufrir otro episodio de enfermiza añoranza y empujar de nuevo mi mente algunos años atrás, cuando las paredes de las galerías fotográficas mostraban el mundo que nos rodea con aquel seductor brillo metálico y esa cautivadora profundidad que nos enamoró a más de uno.
¡Oh, Miguel! ¡Qué grata sorpresa ha sido descubrirte! Tus fotos son preciosas y tu forma de redactar es tan tú, que leía escuchando tu voz en mi cabeza. Tienes una profundidad que ya intuí que existía el primer día que te vi. ¡Eres muy grande, Miguel!