Mary es una niña australiana que vive en Melbourne y no tiene muchos amigos. Max es un señor judío de Nueva York con un síndrome de Asperger que condiciona su entorno y su vida. Lo que tienen en común y cómo llegan a conocerse es lo que nos cuenta el director Adam Elliot en su primer largometraje. Con una gran dosis de humor negro y un lenguaje claro y natural nos sumerge de manera muy directa en los problemas que tienen en su rutina diaria las personas afectadas por trastornos de conducta que limitan sus interacciones sociales, ante la incomprensión de los demás.
Sabéis que me encanta bucear bajo las agitadas aguas del mundillo de las artes visuales en busca de proyectos hechos con sensibilidad y que aporten algo interesante. Adam Elliot estudió cine y televisión en el Victoria College of Arts, se especializó en animación y comenzó a desarrollar su pasión con tres cortos que ya comenzaban a definir la imaginativa visión que tenía del mundo que le rodea, Uncle (1996), Brother (1998) y Cousin (1999). Y de piezas cortas de 6 o 7 minutos, dio el salto a una animación más compleja, a una historia más elaborada, a los 22 minutos de Harvie Krumpet (2003), la vida de un hombre con síndrome de Tourette cuya vida está marcada por una irrevocable mala suerte.
Con Mary & Max dio el brinco definitivo al largometraje, empleando con obstinada dedicación 5 años de su vida para crear unos personajes que viven situaciones con las que podemos identificarnos en muchos casos. La sensación de soledad, la necesidad de sentirse comprendidos y las imperfecciones que les alejan de ese supuesto ideal de existencia que nos venden desde pequeños, unen a dos almas con dificultades para comprender el mundo que les rodea. Ritmo adecuado, buen planteamiento, perspectiva irónica y una intencionada estética “poco virtuosa” para un ejercicio de comprensión del espíritu humano. Y con humor, porque hablar de los problemas con humor es siempre beneficioso y muy recomendable.
Dice el personaje de Max en un momento de la película que “no elegimos nuestros defectos, son parte de nosotros y debemos vivir con ellos, que si estuviéramos solos en una isla desierta tendríamos que aprender a convivir con nosotros mismos”. Comenta en otra de sus reflexiones que “la vida es como una larga acera, algunas están limpias y bien pavimentadas, y otras tienen grietas, colillas, papeles y cáscaras de plátano”. Está más que claro, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Cuando caminamos por la nuestra, nos cruzamos con las aceras de los demás, y no tiene sentido despreciar a aquellos cuya acera no nos gusta, porque a lo mejor no han podido elegirla, y quién sabe si más adelante nosotros nos toparemos con grietas, colillas o cáscaras de plátano en la nuestra. A mí me gustó mucho la película y espero que a vosotros también.