NO LLEGAR NUNCA

A todos nos pasa cuando alcanzamos una meta, un objetivo, nuestro destino. Ya sea un viaje, un proyecto personal, profesional, una reivindicación, disfrutamos del trayecto en sí, del camino recorrido, recordamos las personas que hemos ido conociendo, valoramos el esfuerzo realizado. Y cuando se acaba, la sensación es extraña, de cierto vacío. Ya está, hemos llegado, a otra cosa. Pero ¿Y si no nos marcamos ninguna meta? ¿Qué pasa si no nos fijamos un rumbo concreto, ni un plazo de tiempo, ni unas pautas? Disfrutar el trayecto sin la distracción de pensar en el desenlace, una absoluta sensación de libertad. Parece utópico, no me imagino libre de ataduras personales, profesionales y económicas en este mundo en el que avanzamos hacia donde las circunstancias nos obligan, damos pasos con la dirección que nos marcan unos objetivos preestablecidos, en una sociedad que nos desafía a ser más rápidos que los demás.

Piotr Strzezysz entre Arizona y California (Estados Unidos).

Leo una entrevista a Piotr Strzezysz, 46 años, polaco, uno de esos nómadas modernos que te cruzas de vez en cuando en algún lugar remoto y que te genera cierta impresión de irrealidad, de vivir en un universo paralelo, de chaladura, de haberse fumado algo raro, de ser feliz sin la necesidad de alcanzar un propósito, de disfrutar el momento sin pensar en lo que vendrá mañana. Me acuerdo mucho de esa parte de la película Forrest Gump en la que empieza a correr a lo largo y ancho del país sin ningún motivo, de costa a costa de los Estados Unidos, porque le apetece, sin plantearse qué está haciendo, por qué lo hace. Me encanta, ya lo decía Eduard Punset: “la felicidad es la ausencia de miedos, de preocupaciones”. Y sí, Piotr Strzezysz, al igual que el personaje de Tom Hanks en la película, es rotunda y absolutamente feliz.

Piotr Strzezysz en Perú.

Escribía el italiano Claudio Magris “… viajar no para llegar sino por viajar, para llegar lo más tarde posible, para no llegar posiblemente nunca”. Piotr empezó a viajar en bicicleta hace años y debió sentir algún impulso espiritual, la llamada de la aventura o algo así, porque no ha parado. Reconoce que nadie le empujó, que ocurrió de manera natural, que no lee periódicos ni ve la televisión, no le preocupa el dinero ni el trabajo, no tiene casa, viaja sin mapas, se levanta por la mañana y piensa en lo que va a hacer ese día, nada más. Una especie de “donde el viento me lleve” que me genera envidia sana, todo hay que decirlo, pero no puedo evitar también cierta desconfianza.

Un descanso nunca viene mal. Piotr Strzezysz.

Yo viajo con lo puesto, con un saco de dormir, a veces en bicicleta, y trabajo mucho. A menudo tardo varios años en ahorrar suficiente dinero para un billete de avión, el más económico que encuentro, sin contar los incontables gastos de visados, repuestos, ropa de abrigo, … En mis viajes nunca me he alojado en un hotel ni he comido en un restaurante ni he cogido un taxi, no he comprado una simple camiseta. Llevo una cámara de fotos de hace 30 años de mi hermano mayor. Aun así, no he conseguido nunca pasar más de tres o cuatro días sin gastar dinero, sin visitar una farmacia para curarme las rozaduras, sin comer o sin pagar algún permiso de acampada para plantar mi tienda de campaña, así que cuando alguien me dice que lleva varios años pedaleando por el mundo, cruzando fronteras, recorriendo decenas de países sin preocupación alguna, pienso que o bien me oculta algo o quiero irme con él a experimentar eso de no ir a ningún sitio, de no llegar nunca, de “ser feliz”.

Piotr Strzezysz en el Salar de Uyuni (Bolivia).

Me entero después de leer la entrevista que hay un documental sobre sus viajes, se llama Never arrive, ever y está dirigido por su compatriota Bartosz Lisek en el que narra, en primera persona, sus pensamientos, su estilo de vida como trotamundos perpetuo y algunas de sus extraordinarias travesías por medio mundo. En los años 2014 y 2015 recorrió el continente americano de norte a sur, desde Alaska a Patagonia, y en los dos siguientes, 2016 y 2017, de sur a norte, de Patagonia a Alaska. Solo por eso, y dejando a un lado las envidias, sin desearle el trágico final de Christopher McCandless, el protagonista de Into the wild, merece la pena seguir sus andanzas, escuchar sus reflexiones y emocionarse con sus logros, que supuestamente no le llevan a ningún lugar prefijado, pero sí a un estado anímico, espiritual o como queramos llamarlo al que la mayoría de nosotros ni nos aproximamos, un estado de desahogo, de optimismo, de riqueza emocional, de imperecedera felicidad. Comenta en el documental que no puede perderse porque no va a ningún lado y se pregunta ¿Vale la pena hacer algo por el simple hecho de hacerlo? Cada uno tendrá su respuesta, para él evidentemente sí.

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