A veces me asombro de la paciencia que demuestran algunos fotógrafos para esperar el momento adecuado, de la capacidad de observación de algunas personas para darse cuenta de pequeños detalles que para los demás pasan completamente inadvertidos. Termino de leer el libro La vida secreta de los árboles, del alemán Peter Wohlleben y me pregunto cuántos años, cuántos paseos, cuántos cuadernos, cuántos pensamientos han pasado por la cabeza, por los pies, por los ojos de este guarda forestal hasta llegar a comprender el comportamiento de un árbol en relación al bosque donde habita y al resto de árboles que le acompañan en un ecosistema concreto.
He aprendido cosas tan curiosas como que al podar las ramas de un árbol se reduce la fotosíntesis y mueren algunas de sus raíces, lo que impulsa la proliferación de hongos e insectos en las zonas muertas que pueden hacer enfermar a muchos ejemplares. También leo en el libro que muchas especies segregan sustancias químicas que llegan por el aire a sus vecinos para avisarles de algún peligro, o que el momento en el que un árbol decide empezar a soltar las hojas en otoño depende en gran medida de su carácter, y los hay atrevidos o miedosos.
Yo no soy biólogo. Mi interés por los bosques esconde un interés artístico, fijándome siempre en la plasticidad, en lo estético, pero poco a poco voy cayendo en la importancia de conocer a fondo lo que estoy fotografiando, me voy preguntando por qué una especie desarrolla una determinada forma, qué hace que un árbol se adapte a las condiciones del lugar en el que crece y otro no, cómo se protegen los de una misma especie y, en cambio, obstaculizan la expansión de ejemplares de especies distintas. Me hace pensar lo “humano” de algunos comportamientos y me devuelve a la idea de que somos una especie más dentro del mundo natural y que no hemos inventado nada, solo hemos adoptado las conductas que necesitamos para seguir desarrollando nuestra especie, al igual que cualquier otro ser vivo.
Quedándome en lo mío, los árboles son ese tipo de elementos que definen un paisaje, que otorgan personalidad propia a un paraje. Es lo primero que me viene a la cabeza cuando recuerdo alguno de los lugares por los que he viajado, las siluetas, la textura de la corteza, el color de las hojas, … y rápidamente los echo en falta cuando descubro un espacio vacío donde antes se alzaba alguno.
De momento y mientras sigo aprendiendo sobre el comportamiento de los árboles e intento inspirarme para llevar a cabo algún proyecto fotográfico que refleje toda la fascinación que me provocan mis largos paseos por el bosque, os dejo detalles de la corteza de algunos de los maravillosos titanes que me han permitido sentarme a su lado a descansar, texturas que me han llamado la atención y no he podido resistirme a fotografiar, pequeños surcos y arrugas de la bellísima piel de los árboles.