Siempre he intentado estar informado de lo que ocurre en el mundo, aunque en los últimos años la cantidad de noticias trágicas que nos sobrevuela es tan exageradamente enorme y difícil de asimilar que a veces me pregunto si no será mejor cierto aislamiento voluntario para dejar de malgastar energía intentando entender las miserias del ser humano, aunque solo sea por preservar nuestra salud mental. El pasado mes de octubre la selección de rugby de Sudáfrica, los famosos Springboks, ganaban su cuarto título mundial frente a los All Blacks de Nueva Zelanda, rememorando aquella mítica y recordada final de 1995 en la que un sonriente Nelson Mandela felicitaba a sus jugadores, todos blancos menos uno. Aquella gesta fue luego llevada a la gran pantalla en la película Invictus, dirigida por Clint Eastwood.
Como gran parte de la información que recibimos a diario nos llega a través de las redes sociales, me topé hace unos días con un video grabado por los usuarios de una piscina pública de Sudáfrica en el que se ve a bañistas blancos agrediendo e intentando echar del recinto a unos adolescentes negros que querían darse un chapuzón. Cuando buscamos noticias sobre el Apartheid en los medios nos encontramos con el dato de que la segregación racial por aquellos lares terminó hace treinta años, aunque no parece que las cosas hayan cambiado demasiado, ni allí ni en el resto del mundo. Cuento todo esto porque me acordé del libro Prohibido nacer, del cómico y presentador Trevor Noah, y me entraron ganas de volverlo a leer.
Cuando me prestaron el libro no tenía ubicado a Trevor Noah y lo leí como leo cualquier novela, con la mente en modo “ficción”. Luego me interesé por el autor y descubrí que eran unas memorias reales, una autobiografía. Me gustó mucho la manera en la que cuenta su infancia y adolescencia en la Sudáfrica de los años 90 como niño mestizo y la complicada vida de su madre (negra xhosa) al haber tenido un hijo de una relación con un hombre blanco (suizo), algo que estaba totalmente prohibido.
Como Trevor Noah se ha convertido en un cómico de éxito en Estados Unidos, ha recurrido al humor para narrar con naturalidad las miserias de su familia, y funciona muy bien en el libro. Es de esas historias que te hacen llorar, cabrearte y lanzar una carcajada al mismo tiempo (mencionar el fantástico trabajo de traducción de Javier Calvo). Desde la premisa de que su nacimiento fue un accidente, hace un repaso a la hipocresía de la sociedad en la que nos ha tocado vivir, y en la que todos tenemos nuestra parte de culpa. Una lectura muy recomendable para certificar eso que tantas veces proclamamos ante situaciones inverosímiles: que la realidad siempre supera la ficción.