Ocurre con frecuencia cuando se publica el fallecimiento de algún actor de los mal llamados “secundarios”, de esos a los que hemos visto en cientos de películas pero no sabemos sus nombres, que al repasar su filmografía nos encontramos un enorme vacío profesional en los últimos años de sus vidas. Cayeron en el olvido y solo se les reconoce cuando mueren. Algunos de ellos, además, eran bastante mejores que muchos de los actores o actrices protagonistas que luego se llevan el mérito y los premios de las películas en las que coincidieron.
Quería rescatar aquí la figura de Harry Dean Stanton porque, aunque me entristeció la noticia de su muerte en 2017, me alegré de que se fuera trabajando, en un papel hecho a su medida, a sus 91 años y como protagonista. La cinta se tituló Lucky y estaba dirigida por John Carroll Lynch. Sería bonito que los actores y actrices que han dedicado tantos años a interpretar a esos personajes que pasan muchas veces desapercibidos pero que mejoran ostensiblemente la obra con su presencia, tuvieran todos una buena despedida en forma de papel protagonista, como un merecido regalo de agradecimiento por sus años de servicio y dedicación.
El caso de Harry Dean Stanton es bastante especial. En una carrera tan larga, ha podido trabajar en películas que se han convertido en verdaderos clásicos, y con los mejores directores. Su papel más recordado es el personaje de Travis en Paris, Texas de Wim Wenders, pero también trabajó con Ridley Scott en la primera entrega de Alien e hizo pequeños papeles con David Lynch en Una historia verdadera, Corazón salvaje o en Twin Peaks. También con Martin Scorsese en La última tentación de Cristo e incluso con Francis Ford Coppola en la segunda parte de El Padrino, por citar algunas. Y es que sesenta años actuando dan para mucho. Recuerdo ahora que acompañaba a Paul Newman como compañero de cárcel en La leyenda del indomable, allá por 1967.
Lo que me gusta de un actor como él es que se interpreta a sí mismo, que rebosa naturalidad y autenticidad en sus apariciones y tiene una capacidad innata para mostrar la vulnerabilidad y los conflictos de sus personajes sin mover un músculo, sin siquiera hablar. Nunca forzó el gesto ni intentó más de lo que el director le requería. Era creíble independientemente del papel que le tocara interpretar, aunque casi siempre interpretó a lobos solitarios, a hombres a los que no les gusta hablar sobre ellos mismos, que les incomodan las preguntas, que pierden la mirada en largas pausas que invitan a dejarle en paz. Hay un momento en Lucky en el que el doctor le aconseja contratar a una asistente que le ayude con las tareas domésticas y le pregunta si no le preocupa la soledad. El responde: “no hombre, yo voy a mi aire. No es lo mismo la soledad que estar solo”.
Como he dicho al principio, me alegró mucho que Harry Dean Stanton tuviera una despedida digna, un papel protagonista como regalo por tantos años de impecable trayectoria. Nos quedan sus personajes, que por muy “secundarios” que parecieran, aportaban muchísimo a cada historia. Buen viaje.