ESPEJISMOS

El salto que ha dado la tecnología desde el hábitat profesional hasta transformar cada pequeña pauta de nuestra vida cotidiana ha ido trayendo cosas buenas, cosas regulares y alguna que otra cosa mala. La irrupción de internet, de las redes sociales o de esas aplicaciones para el móvil que prometen hacernos la vida más fácil están cambiando la manera en la que percibimos nuestro entorno y disfrutamos de nuestro tiempo. Y como ya he dicho muchas veces, puede ser bueno o puede ser malo, según a quién preguntes.

Algunas de las experiencias más gratificantes que he vivido mientras viajaba han sido localizando lugares por mí mismo, descubriendo rincones de los que no tenía la más mínima referencia previa y que ahora me parecerían “espejismos” si no fuera por las fotografías que hice antes de abandonarlos y que dan fe de que existen y de que una vez estuve allí. Los que me conocen saben que viajo sin guías turísticas y no llevo ni teléfonos ni ordenadores ni nada que me distraiga del propósito con el que siempre empiezan mis escapadas, que no es más que perderme intencionadamente y dejarme llevar para que la propia experiencia me vaya marcando el camino sobre la marcha. Por ello tiendo a diferenciar a los “viajeros” de los “turistas”, identificándome al cien por cien con los primeros. Tampoco soy de promulgar al viento mis pequeñas gestas ni de revelar las localizaciones de los lugares que consigo fotografiar.

Koekohe Beach (Moeraki, Nueva Zelanda, 2001). © Miguel Puche

Desierto de Pináculos (Nambung, Australia, 2002). © Miguel Puche

Horshoe Falls (Mount Field, Tasmania, 2002). © Miguel Puche

Por desgracia, y vais a pensar que vuelvo a ser el Grinch de la tecnología, me está ocurriendo últimamente algo alarmante que me entristece mucho. Algunos de esos lugares que en su día fueron más o menos anónimos, que descubrí como “viajero” y disfruté en armonía y en silencio, aparecen ahora en videos de redes sociales, en recomendaciones de blogs de viajes y en guías turísticas de esas que desvelan los “imperdibles” de ciertas rutas lejanas. En algunos de esos rincones se han mejorado los accesos, se han construido aparcamientos cercanos e incluso cafeterías, tiendas de souvenirs o centros de información. Todo para facilitar la llegada a los “turistas”.

Parece que esa forzosa mutación de nuestros hábitos está generando también una indeseable transformación en aquellos “espejismos” que ahora se inundan de huellas, de ruido y de gente que necesita mostrar a su comunidad de seguidores una imagen más en su interminable colección de logros falseados. Y no solo me entristece que esos maravillosos lugares pierdan su anonimato, su paz o su belleza natural, también me fastidia que, por la acción de esta insana y exagerada manía de difundir imágenes y localizaciones de cada centímetro cuadrado del planeta, cada vez se me hará más difícil encontrar mis “espejismos”, mis rincones secretos que tanto me cuesta descubrir y que tanto me gusta disfrutarlos en silencio, en calma y en soledad.

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