Desde el momento concreto en el que decidimos dedicar parte de nuestro tiempo a hacer fotografías, asumimos de una manera consciente que nos gusta, que disfrutamos con ello, que nos enriquece, y aceptamos además el reto de transmitir parte de ese placer y de ese enriquecimiento a los demás a través de las imágenes que captamos con nuestra cámara. Pero no solo eso; también asumimos, de una manera mucho menos consciente y algo más temeraria, el riesgo y el esfuerzo que conlleva comenzar un largo camino plagado de inesperados obstáculos y de tentadores aunque engañosos atajos, sin saber realmente si la recompensa que espera al final merecerá la pena.
Sueños, esperanzas, frustraciones, ideas, éxitos y fracasos, viajes, proyectos… Lo cierto es que a veces llenaremos la cabeza con tantas cosas, ocurrirán tal número de acontecimientos y sucederán tan rápido delante de nuestros ojos, que no siempre estaremos preparados para digerirlos a la velocidad apropiada y no seremos capaces de asimilarlos correctamente. Yo, personalmente, siempre que la situación me lo permite y ante uno de esos obstáculos que nos impide seguir adelante por nuestro camino, intento recordar los primeros días de algunos de mis viajes, y más particularmente uno de ellos en el que todo lo que podía salir mal, salió mal. Retrasos en los vuelos, pérdida de equipaje, lluvia, frío, problemas con el idioma. Total, que tras unos días caóticos, sin oportunidad de realizar una sola fotografía, en los que mis expectativas sobre el viaje a aquel idílico país se habían ido al traste, llegó por fin un día tranquilo, y con aquel día tranquilo y soleado llegó por casualidad una agradable charla con un simpático granjero que me recogió con su vieja furgoneta al verme haciendo autostop en la carretera. Tras contarle todos los contratiempos e infortunios que me estaban arruinando un viaje con el que llevaba soñando varios meses y contagiarme de su risa campechana y de la asombrosa serenidad que transmitían aquellos parajes, recordé un buen consejo que recibí algunos viajes más atrás. Consistía en buscar un lugar tranquilo y silencioso donde poder vaciar la cabeza de todos aquellos pensamientos molestos que me estaban incomodando, dejar la mente en blanco y después, hacer un gran montón imaginario con todas esas cosas que mi cabeza no era capaz de ordenar correctamente. A continuación, subir a lo más alto de aquel montículo y, desde esa nueva altura, mirar hacia atrás para ver mejor el camino que ya había recorrido. Luego girarme para mirar hacia el otro lado y observar mejor el camino que me quedaba por recorrer. Cuanto más alto era el montón, más trabajo me costaría escalarlo, pero tendría mejores vistas y mejores serían también mis perspectivas.
Tengo que decir que después de aquel día reconfortante el viaje no mejoró demasiado ni las fotografías que realicé a partir de entonces empezaron a ser magníficas de repente; pero desde aquel consejo, he tenido la ocasión de buscar muchos rincones tranquilos, de cerrar los ojos y vaciar mi mente en repetidas ocasiones y de subir a lo más alto de bastantes montones imaginarios desde los que he divisado unos cuantos horizontes distantes, o mejor llamémosles metas, objetivos, sueños o visiones que he comenzado a perseguir tan pronto abrí de nuevo los ojos, orienté correctamente mi brújula y me bajé del montículo en cuestión para continuar mi camino.
Nuestros montículos no son seguramente los más altos ni ofrecen las vistas más espectaculares, pero sí son únicos, y nos invitan a buscar nuestro propio equilibrio, a generar nuestras particulares ideas y a perseguir nuestros más deseados propósitos a través de experiencias personales, intensas e igualmente únicas. Esta búsqueda puede durar años y causarnos más de un quebradero de cabeza; pero si algo sacaremos en claro es que debemos hacer desaparecer la necesidad de lo urgente, de lo inmediato, que ciertas cosas deben seguir su ritmo, que un día perfecto para salir con la cámara no tiene por qué ser necesariamente un día soleado y que si las imágenes que divisamos desde lo alto de nuestros particulares cúmulos de experiencias parecen estar demasiado lejos, más tiempo disfrutaremos persiguiéndolas, más satisfacción obtendremos cuando consigamos acercarnos a ellas y más experiencias acumularemos para hacer más altos y sólidos nuestros próximos montículos imaginarios desde los que divisar el próximo horizonte distante al que encaminarnos.
Grandes enseñanzas…lo mejor no es llegar a la meta lo mejor es disfrutar del camino….