SOLTAR LASTRE

Cada vez que me lío a ordenar carpetas de diapositivas o negativos antiguos me doy cuenta de que la vida, al menos la mía, está repleta de proyectos inacabados, de esfuerzos sin recompensa, de iniciativas fallidas, de listas de viajes pendientes o de lugares a los que prometí volver con más tiempo. Y como dicen que la suerte no existe y no soy nada supersticioso, intento no fustigarme demasiado tras cada fracaso, aunque eso depende mucho de las expectativas creadas y de la energía empleada en cada propósito. Llega un momento en que mi cabeza se ofusca intentando hallar una salida digna a todas esas vivencias incompletas que quedaron en el pasado y que me resisto a olvidar, aun sabiendo que nunca recuperaré ni el tiempo ni las circunstancias necesarias para rescatar todo aquello.

En ciertos momentos de reflexión me da por pensar en esos viajes que quedaron interrumpidos, en aquellos lugares que abandoné prematuramente por distintas causas: falta de tiempo, meteorología adversa, asuntos personales, laborales o imprevistos diversos, y que siguen rondando por mi cabeza sin saber dónde meterse para no interferir con las nuevas ideas, los futuros proyectos o los lugares que aún no conozco y me gustaría descubrir.

Lake Minnewanka (Banff NP, Canadá, 1999). © Miguel Puche

Cuando pienso en ello, me imagino diferentes escenarios que se podrían dar si volviera a visitar los mismos lugares que fotografié veinte o treinta años atrás intentando retomar esos viajes donde los dejé.  Lo primero que se me ocurre es que el lugar ya no exista o haya cambiado tanto que no se parezca lo más mínimo a lo que yo guardaba en mi memoria. Lo segundo, que sea yo el que haya cambiado hasta el punto de no ser capaz de recuperar las sensaciones que me produjo todo aquello cuando lo visité por primera vez. Y en tercer lugar, y lo más probable, que mi cuerpo y mi mente me avisen sutilmente de que mi espalda, mis rodillas, mis ganas de aventura o mi capacidad de sufrimiento no son ni remotamente parecidas a lo que fueron entonces, y lo que esté haciendo no sea más que sufrir un ataque de nostalgia incontrolada que puede acabar corrompiendo los bonitos recuerdos que tenía de aquellas remotas experiencias.

Sea como fuere, creo que de vez en cuando es necesario soltar lastre, aceptar que no se puede viajar en el tiempo e intentar liberar algo de espacio mental para desarrollar nuevos objetivos desde cero. Sería demasiado drástico tirar a la basura todas estas carpetas polvorientas que no sé dónde guardar y, además, no tengo ni idea cómo se pueden borrar de nuestra memoria todos esos espejismos que creamos de forma involuntaria mezclando recuerdos lejanos e inventando desenlaces ficticios a situaciones que ya no tienen remedio. Intentaré reducir al máximo mis ataques de nostalgia y aparcar definitivamente esos lugares a los que prometí volver. Está claro que ni yo soy el mismo que los visitó hace años ni parece que ellos hayan estado todo este tiempo esperando mi vuelta.

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