Hay una canción de Antonio Vega que se llama Mi hogar en cualquier sitio y dice en una de las líneas «Hoy soy de aquí, de donde piso». Me parece maravilloso. Cada vez que salgo de viaje, vaya a donde vaya, intento mimetizarme con el lugar lo más rápidamente posible. Comprar el periódico local, ir al cine a ver alguna película de producción propia, seguir las agendas de conciertos de grupos de música folk de cada región, comer lo que comen, beber lo que beben, … en fin, sentirme como uno más, como en casa, asimilando que mientras esté allí, soy de allí. Me he sorprendido a mí mismo animando a voz en grito a un granjero neozelandés en una competición de esquilado de ovejas. Me he emocionado viendo interpretar antiguas leyendas Noongar en el festival Wardarnji de danzas aborígenes en el patio trasero del Centro de Artes de Fremantle. He aguantado estoicamente, sin levantarme ni una sola vez para ir al servicio y sin mirar el reloj, las 3 horas de metraje de una película esquimal, rodada en Inuktitut, en un festival de cine independiente en Edmonton.
La película en cuestión se llamaba Atanarjuat, estaba producida por Isuma Igloolik Productions con un presupuesto exiguo, dirigida y protagonizada por inuits, y narraba una vieja leyenda de la comunidad Iglooik del ártico canadiense, la separación de dos clanes familiares enfrentados física y espiritualmente por una maldición y por esa pauta tan dañina para el ser humano de anteponer las ambiciones y los anhelos personales al bien común de nuestro grupo social o étnico. El director, Zacharias Kunuk, compensa su inexperiencia, las evidentes deficiencias técnicas, las lagunas del guion y la excesiva duración del film, con algunas cualidades extracinematográficas, como la sensación de realismo, el rechazo a los artificios añadidos tan presentes en el cine de entretenimiento, la total inmersión de todo el equipo en el corazón de la tundra o estepa ártica y el inmenso conocimiento del propio Kunuk de las formas de vida de las comunidades esquimales, de su mundo espiritual, donde no existe la noción del tiempo, donde los habitantes forman parte inherente del paisaje.
La buena acogida de la propuesta en distintos festivales animó a todos los implicados. Años más tarde me enteré que la productora Isuma y el director Zacharías Kunuk se habían embarcado en otros dos proyectos similares, The journals of Knud Rasmussen y Before Tomorrow, completando una especie de trilogía ártica o trilogía del frío, como me gusta recordarlas. Contaron entonces con ayuda económica de donaciones anónimas, ahora tan de moda con la reciente eclosión de plataformas on-line de crowdfunding. Todas rodadas igualmente en Inuktitut y con actores de la comunidad Iglooik. Algunos de ellos repitieron en las tres. Me hizo mucha ilusión retomar las sensaciones que me dejó la primera cinta, Atanarjuat, y comprobar que existen en el mundo colectivos que trabajan para mantener vivas las tradiciones de sus comunidades indígenas, cultivando el interés y el respeto por sus costumbres e intentando transmitir esa primaria necesidad de mantener el vínculo emocional con los lugares en los que vivieron sus antepasados.
Antes de cerrar esta entrada quería aprovechar para citar otras dos películas que me calaron profundamente en algunos de mis viajes. Como amante del cine, de la fotografía y de los lugares con algún vínculo especial entre sus moradores y la naturaleza que les rodea, me gustaría recomendar Whale Rider (2002), dirigida por Niki Caro, donde Paikea, una niña maorí de 12 años que vive con sus abuelos en un pequeño pueblo costero de la isla norte de Nueva Zelanda, se empeña en demostrar que puede ser tan capaz y tan valiente como cualquiera de los niños varones del poblado para aprender las tradiciones de su tribu y llegar a convertirse en la próxima líder de la comunidad. Y la otra es Rabbit-Proof fence (2002), dirigida por Phillip Noyce, sobre las generaciones robadas de niños mestizos en Australia occidental, y como tres niñas consiguieron escapar de uno de los llamados centros de reeducación para volver con su familia tras nueve semanas de incesante marcha atravesando el inhóspito outback australiano.
Me encanta leer esto!! Y más con estos calores ???