El psicólogo británico Cliff Arnall, investigador de la Universidad de Cardiff, desarrolló en 2005 una fórmula matemática para determinar cuál era el día más triste del año. Independientemente del resultado de su estudio, siempre me da por pensar ante este tipo de noticias que me encantaría ser investigador de una de esas universidades que pagan sueldos más que dignos a científicos con mucho tiempo libre y con ganas de tomarnos el pelo. Por cierto, el día que fijó el señor Arnall en el calendario fue el 21 de enero y ni sé por qué ni me interesa lo más mínimo. Lo que sí me intriga es la cantidad de personas de mi entorno que reciben la llegada del otoño con un bajón de ánimo y una angustia vital que parece que les estuvieran robando la energía. Miran a través de la ventana como si se acabara el mundo.
Yo soy de los que se pasan el año esperando al otoño. Considero la lluvia como un regalo, la caída de las hojas de los árboles me resulta de una hermosura espléndida, los colores ocres, las brumas matinales, la humedad del aire, el musgo, todo me invita a no quedarme en casa, a salir al campo y desgastar un poco más las ya torturadas suelas de mis zapatillas de senderismo. La semana pasada visité a unos amigos en Asturias y no pudimos evitar la tentación de explorar los castañares, hayedos y robledales que adornan la maravillosa geografía cantábrica. Además, no perdimos la ocasión de llenar el maletero del coche con kilos y kilos de castañas, que serán convenientemente asadas cuando el momento lo requiera.
Ando falto de tiempo y no he podido llevar a revelar los rollos de película con las fotografías que hice en Asturias, pero tampoco me angustio. Disfruto de los paseos de otoño con o sin la cámara de fotos. Esta época del año me da mucha vida. La luz difusa me da mucho juego a la hora de fotografiar el bosque. Y no hablo de setas porque no tengo ni idea, pero cada vez que me cruzo por el monte con algún experto micólogo y le preguntó qué tal va, descubro en su mirada un brillo especial, como si tuviera seis años y se acabara de levantar el día de Navidad para desenvolver los regalos de Papá Noel. No entiendo a esos gruñones pesimistas que se derrumban cuando les toca volver a guardar la ropa de verano en los armarios.
Mientras saco algo de tiempo para llevar las nuevas imágenes al laboratorio, dejo de muestra estos tres detalles del Pirineo de Huesca de otro inspirador paseo de hace algún tiempo. Invito a todo el mundo a descubrir el otoño o, mejor dicho, a descubrir los otoños, porque como ya hemos dicho en alguna ocasión, cada persona recibe estímulos diferentes ante los mismos lugares o situaciones. Que cada uno descubra el suyo, pero que no sea ese de quedarse en casa tapado con una manta escuchando Canción de otoño de Perales y suspirando por el próximo verano. Que no os asuste la lluvia, que no hace nada, es solo agua.