Leí en un artículo que el piloto y astronauta de la NASA Michael Collins había perdido su cámara Hasselblad en un paseo espacial mientras orbitaba la Tierra en 1966 junto al comandante John W. Young, y que la cámara podría haber estado viajando sin rumbo por el espacio durante todos estos años. Lo primero que pensé es que era un peligro tener una Hasselblad orbitando nuestro planeta con el riesgo de que en algún momento pudiera caer y matar a alguien de un golpe en la cabeza. Me vino a la mente la imagen de la protagonista de la serie Dead like me, Georgia Lass (Ellen Muth), que muere trágicamente en el episodio piloto al ser alcanzada accidentalmente por el retrete de una estación espacial. Luego, ya más en serio, indagué un poco más en el tema de las cámaras de la NASA. La historia de Collins tenía su encanto, aunque no sé qué hay de cierto en todo aquello. La aventura espacial está plagada de leyendas sin contrastar. Cuando la anécdota llegó a oídos de los trabajadores de la factoría Hasselblad en Gotenburgo, bromearon con la idea de haber creado el primer satélite sueco de la historia.
Tiempo después, en julio de 1969, Collins acompañaba a Neil Armstrong y a Buzz Aldrin en la misión Apollo 11 con el objetivo de ser los primeros seres humanos en pisar la superficie de la Luna. Yo no había nacido por aquel entonces, pero todos conocemos la imagen de la huella que dejó la bota de Aldrin sobre la arena del Mar de la Tranquilidad en su primer paseo lunar junto a Neil Armstrong. Atendiendo a las trascripciones de las conversaciones entre los tres tripulantes de la misión, en Houston se echarían unas risas cuando escucharon a Collins lanzar la pregunta “He perdido la cámara, ¿Alguien ha visto una Hasselblad flotando por ahí?”. Lo cierto es que él se encontraba dentro de la nave y encontró más tarde la cámara en un rincón de la cápsula espacial, así que lo único que se perdió en realidad fue el amanecer que pretendía fotografiar mientras buscaba la dichosa cámara. En aquella misión transportaron 12 cámaras con diferentes características. Algunas eran Hasselblad 500EDC, modificadas sobre el modelo original 500EL, de las que no regresó ninguna. Los astronautas tenían órdenes de traer de vuelta únicamente los rollos de película para ser procesados, así que las cámaras fueron abandonadas allí arriba. Este año celebraremos el 50 aniversario de aquella proeza.
La única Hasselblad que volvió tras haber estado en la Luna fue la que utilizó Jim Erwin en la misión Apollo 15 de 1971. La cámara fue adquirida por un empresario japonés en una subasta por más de 600.000 euros. Otra cámara con historia, de la que tuve conocimiento gracias a uno de los fantásticos artículos de Valentín Sama en la revista digital Albedo Media, es la Hasselblad 500C con la que el astronauta Walter Schirra capturó las primeras imágenes desde la órbita terrestre en 1962 a bordo del Mercury-Atlas 8. Aunque no estuvo en la Luna, fue subastada en Boston y adquirida por un comprador anónimo del Reino Unido por 275.000 dólares.
Yo tengo la suerte de utilizar una Hasselblad 500C. Muy parecida a la de la subasta. La mía es de serie, sin las modificaciones mecánicas de la NASA. No tiene una gran historia detrás que la haga codiciada para los coleccionistas, nunca será subastada por miles de dólares. Yo nunca he participado en ningún hito histórico, tampoco tengo planes de ir a la Luna ni mi cámara ha experimentado condiciones de ingravidez. Un buen día, hace bastante tiempo, cuando empezaba a interesarme por el mundillo de la fotografía, mi hermano Fernando, que había estado ahorrando durante meses para hacerse con ella, me la prestó. Con el tiempo le fui cogiendo el gusto a eso de hacer fotos cuadradas, y tengo que decirlo, todavía no se la he devuelto.
Sé que por el hecho de tener una Hasselblad no voy a hacer mejores fotos, pero sigue funcionando, y salvo algún que otro arañazo, nadie diría que tiene 28 años. Me sigue cautivando el golpeteo del movimiento del espejo y de la cortina del obturador, todavía disfruto buscando un lugar en penumbra para cargar la película en el chasis, me gusta enroscar el disparador de cable y enfocar la imagen en el cristal esmerilado mirando por esa primitiva lupa del visor plegable. No sé cuántos años le quedan, intentaré cuidarla para que resista unos pocos más. Lo que sí haré para darle cierta carga romántica es pensar que a partir de ahora, cada vez que haga una foto en la que aparezca la Luna, me acordaré de esas 12 Hasselblad parecidas a la mía que dejaron allí arriba Collins, Armstrong y Aldrin un día de julio de 1969. Os puedo asegurar que yo traeré de vuelta la mía vaya donde vaya, que está todo muy caro y no están las cosas para andar comprando equipos nuevos. Quiero que mi vieja Hasselblad 500C me siga acompañando en todas y cada una de mis misiones, aunque no sean en el espacio.