Nos dejaba hace unos días nuestro admirado Eduard Punset, uno de esos seres humanos en peligro de extinción, una de esas mentes con capacidad para contagiarnos su infinita curiosidad por las cosas, por el mundo en general, por nuestra manera de ver, entender y relacionarnos con el entorno. Nos enseñó a razonar ciertos conceptos tan subjetivos como la felicidad, la suerte, el amor o el tiempo. Nos animó a volver a lo esencial, a gestionar nuestros miedos. Nos invitó a ser más felices buscando y encontrando esos momentos, esas personas o esas experiencias que espantan nuestras preocupaciones y nos hacen sentir a gusto con nosotros mismos. Le echaremos de menos.
Me he acordado de él repasando mi archivo fotográfico, ordenando viejas carpetas de negativos en blanco y negro. Ofrecía en sus libros algunas claves para evitar vivir dentro de una espiral de desdicha permanente, y una de ellas era “no mirar atrás, no recrearse en el pasado”. Y yo aquí, revisando hojas de contactos de hace años, en pleno ataque de nostalgia, mirando atrás y recreándome en el pasado. En fin, qué difícil es eso de controlar las emociones.
Mirando el apartado de imágenes recientes de mi página web, podéis comprobar que últimamente solo hago color. Mis actuales circunstancias personales, económicas y laborales son las que son, y la falta de tiempo y energía para retomar ciertos proyectos ha condicionado mis últimos trabajos. Echo de menos el blanco y negro tradicional, y aun a riesgo de decepcionar a Punset, necesito estos momentos de melancólica introversión para equilibrar esa constante lucha entre mis deseos y las posibilidades reales de alcanzarlos, entre mis ambiciones y el alcance real de mis logros, entre mis complejas fantasías y la obstinada monotonía de mi rutina diaria.
Echo de menos los rollos de película Ilford, el filtro rojo con el que oscurecía el gris del cielo y resaltaba el blanco de las nubes, el filtro verde con el que aclaraba el gris de las hojas de los árboles para contrastar las luces en el interior de un bosque, el papel baritado, el cuarto oscuro, las anotaciones con rotulador plateado sobre el negro de los márgenes de las hojas de contacto. Echo de menos lo básico, lo esencial, la sufrida búsqueda de una textura determinada, de una silueta original o de una atmósfera especial que haga olvidar al espectador que los elementos que estoy retratando están desnudos, sin un vestido de atrayentes colores, y que así, sin ese manto de tonos llamativos, puedo también captar su atención y generarles algún tipo de respuesta emocional positiva.
Decía Punset que «El factor más importante para ser feliz es tener la impresión de que realmente controlas tu vida.» No puedo estar más de acuerdo. No sé qué me deparará el futuro, pero si en algún momento tengo esa agradable sensación, si me sorprendo una mañana siendo dueño y señor de todas las decisiones que afectan a mi existencia, me gustaría volver a lo básico, a lo esencial, a esos momentos que me hacían sentir a gusto, a cargar el chasis de mi Hasselblad con rollos de negativo, a prescindir de aderezos innecesarios, a buscar emociones puras, al blanco y negro tradicional. A ser, en definitiva, un poco más feliz.