Decía el intelectual y crítico de arte John Berger que “lo que una fotografía muestra invoca lo que no muestra”. Hablamos desde un punto de vista artístico, conceptual. Si partimos de una definición de Arte como aquellas disciplinas en las que recreamos un aspecto de la realidad o un sentimiento buscando una respuesta emocional a través de la utilización de la materia, la imagen o el sonido, podemos sospechar lo amplio y lo subjetivo de aquella afirmación. El sentido de la vista nos sirve para ubicarnos dentro de nuestro entorno, pero la sugestión puede hacer que veamos incluso teniendo los ojos cerrados. De la misma manera que el tacto, el olfato o el oído nos hacen ver más allá de lo que miramos, nos hacen captar más información de lo que nuestra retina trasmite al cerebro, una imagen concreta puede alterar la forma en la que percibimos lo que intenta mostrarnos su autor en base a la memoria visual que nuestra mente almacena.
Recuerdo con enorme claridad una frase de uno de mis profesores de comunicación audiovisual en clase, durante un debate sobre publicidad en el que deliberábamos sobre la manera de hacer llegar un mensaje a la mayor cantidad de público posible. “Si no entiendes el mensaje es que no va dirigido a ti”. Blanco y en botella. Desde entonces intento llevar mi actividad artística de una manera más sana y práctica. Lo que hago lo hago para mí y de la manera en que mi formación y mi experiencia consideran que debe hacerse. No puedo prever el recorrido que tendrá alguno de mis proyectos ni la respuesta que tendrá mi obra en personas que no conozco. Puedo explicar a la gente con la que trato lo que intento trasmitir, pero es imposible obligarles a que lo perciban de esa manera. Si no me gusta una película, dejo de verla. Si me aburre la temática de un libro, no pierdo el tiempo leyéndolo. Si no descubro lo que una serie fotográfica me intenta contar, no pido que alguien me lo explique. Lo que la retina de cada uno transfiere a su cerebro y la forma en que éste lo asimila es algo muy particular y yo no quiero que mi cerebro perciba el entorno con la retina de otro, ni pretendo que alguien descubra el mundo a través de mis ojos. Hay muchos modos de ver, infinitos. Todo es subjetivo y la apreciación del arte tiene mucho que ver con la experiencia vivida, y no hay dos iguales.
Creo que John Berger se quedaría atónito ante el alegato «no quiero que mi cerebro perciba el entorno con la retina de otro» . Creo que es la declaración de principios visuales más graciosa que recuerdo haber leído- me gusta mucho la foto de Tabacalera completamente desprovista de glamour.. Más de uno tendrá dificultades para entender porqué se fotografían este tipo de cosas roídas pero como dice Berger, el glamour es un invento moderno que necesita de la envidia social.