En mi lista de viajes pendientes hay destinos factibles, otros más complicados, y algunos imposibles. Yo no sabía nada de la Isla de Socotra hasta que hace unos 20 años, en uno de los primeros números de la revista Altaïr, un monográfico dedicado a Yemen, pude ojear algunas fotos de uno de esos lugares tan inaccesibles como misteriosos. Como soy un poco Diógenes para algunas cosas, la revista sigue cogiendo polvo en la estantería de mi salón y el nombre de Socotra aguanta escrito con rotulador en esa lista de viajes futuros, de sueños a menudo incumplidos, de destinos imposibles.
La isla se encuentra entre Somalia y Yemen, uno de los puntos más calientes del planeta, y no hablo del clima, que también, sino por la guerra civil que se desencadenó en Yemen a consecuencia del golpe de estado sufrido en 2014 contra el presidente Al-Hadi y que no tiene visos de arreglarse a corto ni medio plazo. Del lado somalí no hay mejores expectativas, las tropas del ejército y de la Unión Africana siguen enfrentadas a islamistas radicales, que sumado a la persistente sequía que afecta a toda la región han provocado una de las crisis humanitarias más profundas de la historia reciente.
Ocurre desgraciadamente a menudo, paraísos naturales únicos, con una diversidad biológica irremplazable, que se ven afectados por su caprichosa situación geográfica, en medio de conflictos políticos que no se resolverán nunca. En 2008, Socotra fue declarada Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco. Al menos, confío que los 40.000 habitantes del archipiélago encuentren en los 350 kilómetros que les separan de la costa sur de Yemen algo de aislamiento y calma para seguir con sus vidas ajenos a los conflictos del continente.
No existe demasiada información sobre Socotra. Las imágenes que he seleccionado son del fotógrafo sueco Martin Edström, que junto con la famosa paleontóloga británica Ella Al-Shamahi y el escritor irlandés Leon McCarron, apadrina un proyecto llamado The Socotra Archipelago Project, que pretende proteger la biodiversidad y estudiar el impacto que el cambio climático y la situación geopolítica de la región puedan causar en este paradisiaco rincón del Índico.
De momento y aun sabiendo que nunca pisaré aquel lugar, dejaré así la lista de destinos pendientes, para darle caché y me resulte más exótica. No tacharé nada. En fin, la esperanza es lo último que se pierde y, quien sabe, a lo mejor en el futuro todo se arregla por el cuerno de África y pisar Yemen deja de ser un peligro. Y si no, pues a seguir soñando y a buscar lugares más cercanos y accesibles.
Para acabar la entrada dando algún dato útil, por si os surge una conversación espontánea en el autobús o en algún bar de copas, tiraré de Wikipedia. No hay electricidad ni agua corriente y al igual que otros rincones de África y Asia, sus habitantes practican la llamada economía de subsistencia, pesca, agricultura y ganadería. El turismo, de momento, tendrá que esperar. En noviembre de 2015, un ciclón causó importantes daños medioambientales y arrasó las frágiles infraestructuras de la isla principal. A pesar de su cercanía con Somalia y como ocurre en otros archipiélagos del océano Índico, los rasgos de los habitantes son más asiáticos que africanos, más semejantes a lo que estamos acostumbrados a ver en India. Además, la lengua propia, el socotrí, es una especie de punto de encuentro entre el árabe y el hindi con influencias de distintos dialectos africanos. Vamos, para aprenderlo en un par de días. Y nada más, aunque pensemos que el mundo se nos ha quedado pequeño y que ya no existen rincones donde perderse, todavía quedan lugares únicos e inaccesibles para hacer volar nuestra imaginación. Lo dicho, ahí lo dejo apuntado en la lista, por si acaso.