Cuando hace un par de meses me enteré del fallecimiento del legendario actor David Gulpilil, me dio por trastear un rato en internet para comprobar la manera en la que se había publicado la noticia en distintos medios. En uno de los comunicados se hacía referencia a cómo Gulpilil había puesto cara a los aborígenes australianos en la gran pantalla en todas las historias posibles, interpretando personajes nativos de las maneras más diversas y, siempre, de forma creíble, sincera y con su inconfundible sello personal. Comentaba el artículo que el rostro de David Gulpilil había representado a todos los aborígenes de la historia de Australia, y puesto que hablamos de la cultura viva más antigua de la tierra, se me ocurre que en sus más de cincuenta años de trayectoria actoral, ha puesto rostro a los 60.000 años de historia aborigen.
Por citar algunas de las películas en las que ha intervenido, le recuerdo muy joven, allá por 1970, en Walkabout de Nicolas Roeg. Cualquiera que haya visto Cocodrilo Dundee se acordará de él como el amigo aborigen del protagonista, ya en los años 80. En The Tracker o en Rabbit-proof fence (2002) hacía el papel de rastreador, en cada una con una temática distinta. Su maravillosa voz narraba la historia de Ten Canoes (2006), y en la superproducción Australia compartía protagonismo con Nicole Kidman y Hugh Jackman. En 2014 ganó el premio a la mejor interpretación en el festival de Cannes por Charlie’s Country, una de mis favoritas. Y ya recientemente, durante la lucha contra el cáncer de pulmón que le mantuvo inactivo hasta su muerte, la directora Molly Reynolds rodó un emotivo documental sobre su figura, con las últimas reflexiones vitales del actor, que además fue bailarín, contador de historias, pintor y escritor.
Pensando en David Gulpilil como icono cultural y viendo alguno de los retratos que le han hecho distintos fotógrafos para artículos de prensa o en sesiones fotográficas promocionales, no puedo evitar fijarme en la profundidad de su mirada y en la expresividad de sus rasgos faciales. Si a mí me dan la oportunidad de realizar una sesión de fotos con alguien como él, me hubiera sentido sobrecogido por la fuerza y la energía que transmite su rostro. Es una de esas figuras que traspasa la mera imagen, que cuenta toda una experiencia vital a través de sus facciones. Me hubiese encantado verle de cerca en algún evento.
Nacido en la región de Arnhem, en el Territorio del Norte, y perteneciente a la etnia Yolngu, aprendió desde pequeño la forma de vida de sus antepasados y las tradiciones de la cultura aborigen. Realizó numerosas giras con su compañía de danza y aunque sus datos biográficos fijan su fecha de nacimiento en 1953, él manifestó en varias ocasiones no saber exactamente cuál era su edad real. Escribió dos libros de historias infantiles basadas en leyendas y tradiciones Yolngu, además de contribuir en la escritura de los guiones de algunas de las películas en las que participó. Su obra gráfica se ha exhibido en diferentes galerías y en 2018 donó una de sus pinturas a la fundación de la galería de arte de Australia Meridional (AGSA), en Adelaida, para su colección de arte indígena.
Me gustaría pensar que el trabajo de David Gulpilil ha servido como puente entre dos culturas tan diferentes, tan apartadas durante años y tan recelosas la una de la otra. Por un lado la cultura aborigen con sus milenarias tradiciones y por otro, el moderno y próspero estilo de vida de las grandes ciudades australianas, con una población blanca, despreocupada y ajena al camino recorrido por los nativos durante miles de años, a la profundidad de sus raíces y a su inabarcable aportación cultural a un país social y políticamente tan nuevo, pero con una historia de decenas de miles de años. De momento me limito a contaros ciertas curiosidades sobre mis preferencias y gustos artísticos y espero que los que no conocíais a David Gulpilil, le descubráis con todo el respeto y la admiración que merece.