LA MEMORIA DE LOS ÁRBOLES

Muchos de nosotros llevamos ya dos años con esta extraña sensación de desconfianza vital, de continua frustración, de pensar que el tiempo se va sin preguntar, sin darnos la oportunidad de recuperar todos estos meses de pesimismo forzoso, de rutina impuesta por acontecimientos que no controlamos. Siempre le digo a mis amistades que me esfuerzo mucho por no aburrirme, que no soporto la sensación de estar perdiendo el tiempo, que la inactividad, tanto física como intelectual, puede llevar a un punto de no retorno, en el que todo te empiece a dar igual, que pierdas el interés en las cosas que te hacían vivir pequeños instantes de felicidad. Si por la razón que sea no puedo viajar o no surge la posibilidad de hacer fotos, me obligo a ocupar el tiempo con alguna actividad que mantenga mis neuronas en movimiento. Lo decía Tom Petty en el estribillo de aquella canción titulada Big weekend: “I need a big weekend, kick up the dust, a big weekend, if you don’t run, you rust”. Y a riesgo de que las cosas que se me ocurren para ocupar el tiempo no sirvan para nada, ahí quedará siempre el empeño por echar algo de lubricante a mis discutibles habilidades intelectuales.

El pasado mes de septiembre, por motivos económicos, médicos, pandémicos y un largo etcétera, disfruté de mis vacaciones en casa, tratando de no aburrirme. En un intento por ponerme al día con mis lecturas atrasadas, se me ocurrió repasar viejos cuadernos olvidados, guardados en los cajones de casa, donde anotaba hace años, a modo de indescifrable diario de viaje, algunas curiosidades de los lugares por donde discurrían mis aventuras. A parte del previsible ataque de nostalgia incontrolada, me hizo recuperar visiones, personajes, sensaciones y momentos de felicidad de los que ya no me acordaba. Esas lecturas se convirtieron unos días después en escrituras, en un intento por recuperar esos recuerdos y darles forma, unas veces literal, otras ficcionada, y reunir en unas poquitas páginas muchas de las emociones que me provocó el repaso a esos cuadernos amarillentos y llenos de notas inconexas y frases crípticas que solo yo podía interpretar y darles una segunda vida.

Yo no soy escritor, y mis dotes de comunicador son muy limitadas, por no decir nulas, pero siempre pienso que las cosas se hacen porque te apetece hacerlas, y si las haces para ti y no tienes que justificarte ante nadie, mejor. El resultado de estas vacaciones en casa, de este intento por no aburrirme, se llama La memoria de los árboles, y es un mini libro, con muy poquitas páginas, con tres o cuatro relatos breves, con los errores y las incoherencias lógicas de quien no se dedica a la literatura y solo pretende pasar el rato, en el que he intentado transmitir algunas de las emociones que viví durante mis viajes pasados y, ya de paso, dar un paseo sobre una cuestión que siempre me ha hecho reflexionar: nuestros recuerdos y las razones por las que guardamos ciertas vivencias y olvidamos otras, y los estímulos que nos hacen revivir o recrear algunas de aquellas experiencias que ocurrieron tiempo atrás.

Para los que os guste el libro, os doy las gracias por leerlo, ya he hablado en muchas entradas del blog de lo difícil que es transmitir sensaciones a los demás, contagiar a alguien de nuestra manera de disfrutar el tiempo, pero al margen de los gustos personales de cada cual, os pido que busquéis la manera de disfrutar cada minuto, que el tiempo que perdemos ya no vuelve.

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Una respuesta a LA MEMORIA DE LOS ÁRBOLES

  1. Esther Alves dijo:

    Recomendaría la lectura de este libro porque la brevedad de sus siete relatos permite una fácil lectura incluso a aquellos que no disponemos de mucho tiempo. Pese a su concisión estás historias me han permitido pasar un gran rato. Aunque el tema de fondo es la memoria de los árboles, según mi percepción, ambos sirven de telón al verdadero protagonista que es el transeúnte. En algunos casos el personaje principal transita siguiendo una tradición, como el aborigen, en otros como en la historia de la señora Tanaka, es el jardinero e incluso el árbol quienes transitan. En otros, un hombre camino a la lavandería, un becario que viaja siguiendo una voz del pasado o alguien que regresa a una granja en la que estuvo hace tiempo. Todos ellos son los que a su paso hacen resurgir la memoria de un pasado, a veces oculto como en la historia de Axe, que no hubiese visto la luz sin la ayuda de personaje del que transita creando presentes, construyendo futuros y modificando el pasado. Espero que, a su manera, los que lean este libro disfruten tanto de sus historias como yo lo he hecho.

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