SID AVERY Y EL HOLLYWOOD DORADO

Aunque la llamada edad dorada de los grandes estudios de Hollywood abarca una enorme cantidad de producciones entre los años 20 y los 60 del siglo pasado, multitud de géneros dispares y cientos de artistas convertidos en iconos del cine clásico, me gustaría que nos situásemos en la década de los 50. Metro Goldwyn Mayer, 20th Century Fox y Paramount Pictures continúan su particular batalla por atraer hacia sus mastodónticos proyectos a las estrellas más célebres del momento.

Rock Hudson y Elizabeth Taylor en el set de Gigante, 1955. © Sid Avery

Tras unos años 30 que acabaron con un Victor Fleming en estado de gracia, dirigiendo el mismo año a Judy Garland en El Mago de Oz y a Clark Gable y Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó, y una década de los 40 donde el cine negro de Wilder, Hitchcock, Fritz Lang o Howard Hawks dejó joyas irrepetibles como El crepúsculo de los dioses, El tercer hombre o Gilda, llegaron los años del Star-system más feroz y descontrolado. La imagen idealizada de las estrellas lleva a los grandes estudios a explotar al máximo su rentabilidad, a convertir a actores y actrices en productos y a vincular de manera directa el éxito de sus películas a la popularidad de éstos. La promoción pasa a ser un tema prioritario y así se refleja en los contratos, llegando a condicionar en muchos casos su vida privada.

Marlon Brando en su casa de Los Angeles, 1953. © Sid Avery

No existen los viajes en el tiempo, está claro, pero si pudiéramos comprar un DeLorean, pisar el acelerador hasta alcanzar 140 Km/h y elegir el año y el lugar en el que queremos aparecer, yo me presentaría en junio de 1955 en Texas, en el pequeño pueblo de Marfa, donde se ubicaba el set de rodaje de Gigante. Y no solo por asistir a la filmación de una de las producciones más caras de la historia del cine clásico, sino para sentarme tranquilamente con un tazón de chocolate a escuchar las conversaciones entre Elizabeth Taylor y Rock Hudson mientras repasan el guion, las bromas de James Dean a los camareros en la carpa del catering o al mismo George Stevens intentando no excederse demasiado en los gastos de la producción.

Paul Newman y Joanne Woodward, 1958. © Sid Avery

A mí no me interesan mucho los cotilleos de los famosos ni sus problemas personales, en realidad me han venido a la cabeza imágenes de ciertos actores y películas porque se cumplen 100 años del nacimiento de Sid Avery, fotógrafo que estuvo en el set de rodaje de Gigante y en otros muchos. Él pudo compartir con el equipo de esas grandes producciones incontables momentos de descanso y relajación que además supo capturar con maestría. Siempre me ha interesado más el proceso de creación de una obra que el resultado final. Casi siempre recordamos con cariño lo bien que lo pasamos mientras realizábamos alguno de nuestros proyectos, independientemente de que el resultado final fuera bueno o un completo desastre.

Audrey Hepburn en los estudios Paramount, 1957. © Sid Avery

Evidentemente yo no podré vivir la experiencia de asistir a la filmación de ningún clásico de los 50, pero sí me gusta imaginar que todos esos mitos a los que Avery retrató con tanta naturalidad eran personas normales, que Marlos Brando, Humphrey Bogart o Dean Martin hablaban de cosas triviales jugando a las cartas mientras esperaban que el equipo de técnicos terminara de montar los decorados, que Paul Newman se tomó con humor la broma de Joanne Woodward cuando ésta le regaló una estatuilla de «No Oscar» tras ganar ella el premio por Las tres caras de Eva, y que Audrey Hepburn se escapaba del set de rodaje de Funny face en cuanto tenía ocasión para sacar a pasear a su perrita por los pasillos exteriores de los estudios de la Paramount.

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