Tras un obligado parón dedicando toda mi energía a un cambio de domicilio y los trámites derivados, papeleos interminables, una mudanza agotadora y un tiempo sin internet desconectado del mundo, vuelvo a encender el ordenador. Y en mi habitual búsqueda de esas piezas audiovisuales con poco recorrido mediático pero con mucho trabajo artesanal y una carga emocional desbordante, os hablo de un cortometraje chileno, basado en una fábula mapuche, que se proyectó en el Festival Internacional de Cine y las Artes Indígenas en la ciudad de Temuco, región de la Araucanía. Un evento en el que se proyectaron historias, reivindicaciones y propuestas cinematográficas producidas o protagonizadas por más de treinta pueblos originarios, entre ellos Adivasi, Anishnabe, Awá Guajá, Aymara, Dalits, Emberá-Kuna, Guaraní, Huarayo, Inca, Kanaka Maoli, Kuntanawa, Mapuche, Maya, Mi’gmaq, Mossi, Nasa, Rapa Nui, Raramuri, Sapara, Seri, Tenetehara, Tongans, Totonacos, Uitotos Murui, Wapichana, Wayuu y Zapotecos, con producciones y co-producciones provenientes de más de veinte países.
Amucha está hablado en lengua mapuche, en mapudungún o “lengua de la tierra”, y la he elegido por lo difícil que me resultó dar con esta pieza y lo mucho que me gustó su sencillez y la bonita relación que cuenta entre un abuelo (Ligkoyam) y su nieta (Alen). Además, nunca había visto cine hecho con marionetas, sin contar evidentemente películas conocidas de animación del tipo Los Muppets, Los Gremlins, Team America y ese tipo de producciones de entretenimiento en masa.
La historia de Amucha (Isla Mocha) está ambientada en este rincón de la costa chilena, que es sagrado para el pueblo Mapuche, y narra un antiguo relato tradicional sobre la creencia aborigen de que tras morir, nuestra alma es trasladada por cuatro ancianas con aspecto de ballenas (Los Trempulcahue) hasta el lugar del Ngill chenmaywe o “lugar de reunión”. La isla Mocha sería ese lugar de reunión donde las almas llegan. El nombre de la isla proviene del idioma de los Lafkenches, una de las tribus de etnia mapuche y cuyo nombre significa “gente de mar”. Mocha deriva de la palabra amucha que está compuesta por am (alma) y ucha (resucitar), por lo que se podría traducir como “resurrección de las almas”.
Hablé ya de aquella epopeya esquimal, Atanarjuat, rodada en Inuktitut. También he recomendado a mucha gente Whale rider, sobre el choque entre las costumbres tradicionales de los abuelos maoríes en Nueva Zelanda y la incomprensión de sus hijos y nietos. Otra que me emociona cada vez que la veo es Rabbit-proof fence, sobre las llamadas “generaciones robadas” en la primera mitad del siglo XX en Australia, y como los niños y niñas mestizos eran apartados de sus familias aborígenes en un cruel viaje sin retorno. Me encanta que sigan existiendo festivales que den cabida a este tipo de proyectos que luchan, desde el cine y las artes, por preservar la memoria y el conocimiento de las lenguas y costumbres tradicionales de los pueblos indígenas. Y aquí lo dejo, aunque seguiré indagando en busca de alguna sorpresa más.