Suelen reconocer los fotoperiodistas, esos fotógrafos que viajan persiguiendo noticias allá donde les lleve el azar del destino, atrapados de manera perpetua en la caprichosa espiral de la actualidad política y social del alborotado mundo en el que nos ha tocado vivir, que cuando permanecen demasiado tiempo en un mismo lugar las cosas se vuelven familiares y pierden la capacidad de sorprenderse, afirman que si dejaran de viajar, si se detuvieran durante varias semanas en un sitio, se quedarían ciegos, perderían la visión con la que retratan la vida que desfila por delante de sus cámaras. Puede que tengan razón, yo mismo me asombro de la cantidad de detalles que me descubren algunos amigos y amigas que vienen a visitarme y con los que paseo por mi ciudad, y que habían pasado inadvertidos a mis ojos aun habiendo transitado por esas calles cientos de veces. Es el lugar donde vivo y todo me resulta tan familiar que ya nada me llama la atención. Supongo que sería maravilloso viajar sin descanso, de manera continua, para refrescar nuestra mirada día tras día, para sorprendernos incesantemente de todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
Yo, como amante de la fotografía de paisaje, mucho más relajada que el reportaje gráfico, siempre me he identificado con aquella conocida frase de Ansel Adams: “Uno debe permanecer en un lugar el tiempo necesario para poder absorber su carácter y su espíritu antes de que las imágenes puedan reflejar verdaderamente nuestra experiencia en ese espacio”. En una sociedad tan acelerada, en la que todo lo hacemos cada vez más rápido, yo necesito mis momentos de pausa. A veces me viene a la mente un monólogo del cómico Jerry Seinfeld, en el que bromeaba sobre las prisas que tenemos siempre para cualquier cosa y lo rápido que queremos marcharnos de los lugares en los que nos encontramos. Cuando estás en el trabajo quieres irte cuanto antes, cuando estás en casa tienes ganas de salir, y cuando sales quieres volver a casa. Cuando estás en un aeropuerto quieres que el avión despegue y cuando ha despegado vas contando el tiempo que falta para que aterrice. Pulsamos el botón de llamada de un ascensor varias veces para que llegue rápido y una vez dentro tenemos prisa por salir de allí. Dice Seinfeld que solo permanecemos en calma durante 1 minuto en un mismo sitio antes de ponernos nerviosos y querer irnos de allí. En fin, ahora sin bromas, está claro que cada especialidad dentro de una disciplina artística tiene sus peculiaridades y sus diferentes formas de afrontar el trabajo, y yo reivindico esa impagable sensación de estar en el lugar donde quieres estar y en el momento exacto en el que quieres disfrutarlo, sin planificar el día siguiente, sin pensar cuanto tiempo falta para irte de allí, sin querer irte de allí de hecho, disfrutar de un lugar y un momento pensando que no existe otro lugar y otro momento mejor que ese. Hace un frío horroroso, es noche cerrada, luna llena, estoy lejos de la tienda de campaña y espero no perderme al volver, pero estoy aquí porque quiero estar aquí, y no quiero que este momento se acabe.