PAISAJES EMOCIONALES VII

El libro de memorias de Sebastião Salgado, De mi tierra a la Tierra, publicado por La Fábrica en 2014, comienza con un breve prólogo de la periodista francesa Isabelle Francq en el que resalta la manera en la que las fotografías de Salgado le han conmovido desde siempre. Y lo explica con una frase que puede resumir todo la obra del artista brasileño: “Salgado alberga un amor profundo por las personas que fotografía”.

De jovencito, cuando yo empezaba a interesarme por eso de “hacer fotos”, tanto yo como mis amistades presumíamos continuamente de nuestro equipo, de nuestras recientes adquisiciones. El último modelo de esto, lo más novedoso de lo otro, que si este objetivo, que si aquel filtro. Esa era nuestra manera de sentirnos fotógrafos. Con el tiempo comencé a viajar solo, sin compañía, y sin nadie al lado para presumir de instrumental, me centré en la otra parte del proceso. Dejé de fijarme en “con qué fotografiar” y empecé a pensar en “qué quiero fotografiar”. A mi colección de bártulos se fueron sumando sacos de dormir, brújulas, tablas de mareas, cuadernos de notas, y una larga lista de utensilios que me permitieran mimetizarme con el lugar que quería fotografiar y estudiarlo desde dentro. No como un espectador sino como parte del propio paisaje. Ahí descubrí que la única manera de que las sensaciones que nos provoca un determinado lugar traspasen la imagen que captamos y lleguen a causar una respuesta emocional en el espectador, es de esa manera, tal cual lo hace Sebastião Salgado en sus imágenes, con una indiscutible pasión por lo que hace y una absoluta devoción por las personas que fotografía o los lugares que visita.

Amanecer en la playa de El Verodal, isla de El Hierro. © Miguel Puche

Salvando las distancias entre el que seguramente es el fotógrafo más conocido y respetado del mundo y alguien como yo, cuya única pretensión es la de huir de la ciudad de cuando en cuando para disfrutar de la naturaleza con largos y relajantes paseos y respirar aire puro, me uno a este precepto que puede parecer obvio o elemental, pero que a veces conviene parar un momento y preguntarnos ¿por qué hago todo esto?

Cuenta Salgado al principio de las memorias que en una ocasión, de viaje en las Galápagos, intentó fotografiar a una de esas tortugas gigantes que dan nombre a las islas. Cada vez que se acercaba, la tortuga retrocedía intentando darse la vuelta, a su ritmo claro. Comprendió que debía entenderla, convertirse en tortuga de alguna manera, respetar su espacio. Dice que se agachó y comenzó a andar a su altura, con las rodillas y las manos sobre el suelo. Un buen rato después, la tortuga se relajó y dejo de huir. Entender y respetar los lugares que visitamos y a los seres que los habitan forma parte esencial de este juego, y eso solo se consigue si realmente sientes pasión por lo que haces. Yo no fotografío personas ni animales, pero el esfuerzo de sentirte integrado con el entorno y de respetar cada elemento y su interacción con el resto del paisaje, es lo que creo que hace que la experiencia vivida se vea reflejada en las imágenes que tomamos. Me gusta pensar que cuando leo un libro, observo una pintura o escucho la melodía de una canción, puedo imaginarme cómo es la persona que ha creado aquello. No sé si los que miren mis fotografías percibirán algo más que la simple imagen, pero me esfuerzo para que se note un poco de la pasión y el empeño que le pongo a cada paseo que doy por la naturaleza. Igual que Sebastião Salgado y, como he dicho antes, salvando las distancias.

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