RINCONES OLVIDADOS

Todos los que saben lo mucho que me gusta la fotografía de paisaje, los que conocen mi infinita pasión por la naturaleza intacta, por el vaivén del agua del mar, por los árboles con formas caprichosas, etc. me preguntan una y otra vez si me he golpeado la cabeza últimamente. Lo cierto es que nunca pensé que me enfundaría un mono desechable, unos guantes de nitrilo, y me adentraría con mi vieja Hasselblad en una mina abandonada, así que trataré de explicarlo.

Como muchas de las cosas que nos ocurren a diario, todo empezó por pura casualidad. El pasado otoño, durante una escapada al norte para fotografiar algunos lugares de la maravillosa costa cantábrica, aproveché el viaje para visitar a unos amigos de un pueblo del interior asturiano. Durante la cena, no pude evitar preguntarles por la silueta de unas torretas o castilletes oxidados que había visto desde el coche, conduciendo por la llamada «autovía minera» entre Langreo y Mieres. Me contaron que llevaban ahí toda la vida, que son parte de una vieja mina de mercurio que cerró en los años 70, que no es recomendable acercarse demasiado y que por la comarca hay muchos más vestigios industriales de lo que fueron los buenos tiempos de las corporaciones mineras. Supuse que ellos ya estaban acostumbrados a ver a diario esas fantasmagóricas formas rompiendo la armonía del paisaje, pero a mí me llamaron poderosamente la atención.

Apeadero de RENFE abandonado. © Miguel Puche

A la mañana siguiente, muy temprano, antes de volver a Madrid, decidí dedicar diez minutos a ver más de cerca el lugar y lo que encontré podría haber sido perfectamente el decorado de una película sobre zombies, un lugar sin alma, herido por el paso del tiempo, grandes esqueletos de lo que fueron años de esplendor. Mi gusto por los detalles pequeños me empujó a hacer un reconocimiento más profundo de las distintas dependencias de la mina. Tras un largo rato de observación y un ligero picor en los ojos y en la garganta, comprendí la advertencia de mis amigos la noche anterior. Pues bien, el resultado de esa temeraria visita fue una sola fotografía, un detalle de unos viejos estantes con un casco sucio y unas latas de aceite industrial.

La intención del viaje no fue en ningún momento la realización de esa fotografía (la primera de la serie), ni pensé que la obtención de esa imagen me llevaría a desarrollar una serie temática completa, pero resultó que la diapositiva que recogí unos días más tarde del laboratorio me encantó, y no solo era bonita, sino que además tenía alma, transmitía sensaciones. Siempre he tenido especial cariño por aquellas fotos que una vez conseguidas, hacen que desarrolles un portfolio completo con esa primera prueba como referencia, esas imágenes sobre las que seguir trabajando.

En algún lugar de Asturias. © Miguel Puche

Desde entonces, en este último año y a pesar de la incomprensión de las personas que conocen mi obra, he fotografiado pequeños detalles en pueblos deshabitados (se estiman más de 2.000 en toda España), en urbanizaciones sin terminar, en antiguas factorías saqueadas, en estaciones ferroviarias asoladas, en grandes cementeras cerradas, en resumen, en todos esos lugares que no me gustaría encontrarme delante cuando salgo al campo y miro al horizonte, esos que detesto, que me provocan una sensación de tristeza, todos aquellos que me hacen pensar cómo el ser humano utiliza los períodos de solvencia económica para justificar la explotación irresponsable del medio rural en nombre del progreso, para después aprovechar las épocas de escasez o ruina para lavarse las manos y justificar la destrucción causada. En fin, que no aprenderemos nunca.

Siempre es bueno y refrescante para nuestro cerebro probar nuevas cosas y salirnos un poco de nuestra zona de confort, aunque desde hoy y para tranquilidad de mis amigos, vuelvo a la fotografía de naturaleza.

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Una respuesta a RINCONES OLVIDADOS

  1. María Jesús dijo:

    Dolor!!

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